Entradas

Víspera de Corpus

Víspera de Corpus y huelo los tomillos, los cantuesos, hinojos y romeros serrín y sal teñidos devotos que perfuman mi memoria. Víspera de Corpus y veo mi calle de niño donde tremolan gallardetes de colores eucarísticos: rojo sangre, blanco pan, oro viejo la fe de siempre. Víspera de Corpus y pienso qué dificil es hoy entender la sustancia de una fiesta donde se hace Palabra el Pan de veras y se come, y se mastica, y sacia; qué dificil es hoy anunciar la Presencia del relato en la historia, pero sin teatro porque es ahora, ocurre aquí, como entonces, sobre ara; qué dificil es hoy cantar a boca llena (tamtum, pange) cuando nada nos entra en la boca del alma, hastiados, acedos, apóstatas. qué bello es el Corpus, y qué dificil. Vísperas de Corpus y al menos aun queda una salva que truene, un exorno, un arco y un altar por erigir en gloria del Sacramento: servir a Cristo en el sacramental del pobre, Corpus de caridad, vivo y verdadero.

Andar de nuevo el camino hace nuevo el camino al andar.

Hacer nuevo el camino es tarea de todo hombre que viene a este mundo, pues, aunque el hombre no deja de ser el mismo hombre desde Adán, a cada época le corresponde cubrir su carrera de ocasos y amaneceres. Hacer nuevo el camino que se renueva a cada paso, al mirar cada otero, desde la colina todo un valle, al elegir en cada encrucijada con el gozo ansioso, como niño en noche de reyes, de si será ésta la ruta con la que acierte. Hacer de nuevo el camino: oír pronunciado aquí y ahora el nombre de las cosas, con tus propias palabras, de las cosas de siempre, de las cosas cotidianas, pero al fin, nombrarlas para hacerlas nuestras. A cada hombre se nos arroja a una aventura: llegar a casa, lograr la meta, hallar sentido. Y nadie lo puede hacer por ti. Cada hombre es lanzado al cosmos para ser un átomo, liviana partícula atravesada de luz, brizna o suspiro que contempla todo con ojos asombrados y todo lo abraza, como suyo, como propio, hasta sentir henchido su c

En (pobre) tierra de todos

He terminado el libro de Olaizola "En tierra de todos" , con la satisfacción de haberlo terminado. Hacía tiempo que no me leía en tan poco tiempo un libro entero porque, acostumbrado a leer ensayos sesudos y a ser poco disciplinado, sobre todo, entre tomar notas y subrayar frases memorables se me iban acumulando otras lecturas, y sustituir un libro con otro, con la falsa esperanza de volver a él con más calma. No, Eduardo, no. Ahora es tiempo de lectura, ahora es día de salvación. La verdad es que el libro del jesuita es de ágil lectura, aunque hay que tener estómago (en la página 93 hay una comparación zafia entre McCarrick y Pell, y la cristología de las 105 y 106 es para echarse a llorar). Que en la Iglesia hay un cisma sólo lo pueden negar los cismáticos, a los que interesa que -cisma, cismando- todo se desmorone, y no se encuentre a nadie piqueta en mano. Buen escritor, buen sociólgo, mal teólogo, toda la perspectiva del libro gira en torno al "yo" del auto

La muerte lo cambia todo

Vivimos ajenos al morir y, sin embargo, morimos cada día un poco, con lo que ayer fue y dejó de ser, con lo que ya no tenemos entre las manos, con lo que hemos sido y vamos arrastrando. Cuando uno se encuentra con la muerte de frente, sin apartar la mirada, lo que descubre en un inmenso vacío de la persona amada, del amigo o del familiar. Un vacío pleno, porque durante los primeros días del duelo, todo te recuerda la ausencia, todo es tener presente que no está ya más, y más ya no estará como nosotros lo tuvimos. Eso, precisamente esa ausencia presente, es lo paradójico de la muerte. Dicen los modernos que alguien no termina de morir del todo mientras se le recuerde ( Coco , preciosa película que acusa de asesinos a quien sufra alzheimer) y, aunque tenga cierta verdad encerrada en su mentira, no rebaja la expectativa que late en nuestro dolor: que no es posible, que no ha sido un sueño, que aunque se fueron están, porque son, y porque nunca dejarán de ser. Porque participan del

Sobre todo.

Parece que se ha convertido en una tradición volver al año por estos lares. En fin, mis propósitos y yo, como si no me conociera... He querido huir del pensamiento rápido y la reacción inmediata de tuiter para poder volver al blog, a este vertedero de ideas, diario público y desahogadero mental (sobre todo, después del Sínodo). Sí, otra vez: un sínodo que nos trae de cabeza. Papeles, conclusiones huecas, pequeños pasos para avanzar en dirección contraria... ya nos lo sabemos. Pero esta vez, además, idolátricas muestras de respetos humanos. Vamos, para amargarle a uno el domingo por la noche, ¡domingo de Cristo Rey en el usus antiquor ! Huyendo del ruido me sumergí en la antología Dios en la poesía actual , que bendita sea la hora, publicó Rialp en la colección Adonáis (miel, guinda y crema). Fuí como una vulgar avestruz, y salí como un guerrero de su alcoba , porque la poesía es arma de doble filo (el terreno y el eterno) y arroja verdad y belleza sobre cuanto toca. Vamos, que

Decíamos ayer...

Casi tres años, día por día, he permanecido mudo. Tres años que, en mi cotidiano vivir, han supuesto una mudanza y una remuéveda grande de vida, a la que aún no me he hecho. El que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas . Pero estos tres años no han hecho vieja la entrada precedente... más aún: se confirman punto por punto que vivimos tiempos recios y, lo peor de todo, tiempos vacuos. Otro sínodo, otros papeles, otros rollos que sólo tienden a complacer al que redacta. Lo bueno de estos tiempos digitales es que no hay que comprarse otro documento pontificio: ¡lástima de bosques amazónicos! ¿Ha de ser la Iglesia plaza de mercado donde cualquiera pueda venir a vender su mercancía? ¿No hemos buscado en la Iglesia -quienes hemos buscado, o reconocido que no hay más que buscar- la estabilidad de la roca? ¿a qué estos vaivenes de navecilla que zozobra, como si no hubiera timonel, como si durmiera el capitán, como si no recordáramos el puerto? Este blog es muy personal, n

Sínodo de humo y viento

A falta de declaraciones papales magisteriales, el Sínodo ha terminado en una increible humareda donde unos ven gris, otros negro, un tercero blanco... y todos salen atufados. Bien, más confusión, más palabrería, más de lo mismo. La crisis de la Iglesia, el cisma silencioso sigue su curso. Todos piensan que llevan razón, aunque digan lo opuesto diametralmente. Todos llevan razón, porque nadie ha dado razones. Deseos, ponderaciones corteses, dudas... humo. Recemos. Es inmensamente triste que dos años de trajín y zozobra terminen en lanzar piedras a diestro y siniestro. (Bueno, sólo a un lado. Al lado de los que defienen la doctrina, clara y sin ambigüedades) Recemos, en serio. No se nos adviene nada bueno. P.S. Al final, era el mejor escenario posible. Papeles mojados, llenos de palabras huecas que cada uno acogera como quiera y convenga. Más modernismo.